Un día en la vida de Manhattan. Hotel Mandarín Oriental New York.

EL Hotel Mandarín Oriental es un palco privilegiado desde donde observar la vida de Manhattan por todo lo alto y prepararse a disfrutarla, una vez abajo. Como corresponde a la arquitectura “Manhattan”, el “Hotel”, es un rascacielos cristalino y etéreo que ocupa 35 plantas de las 54 tiene el “Time Warner Centre” y está situado en la unión entre Columbus Circle y Central Park . Por sus ventanales se asoma la magnificencia de Manhattan; es un auténtico placer desayunar en el “Lobby Lounge” croasanes, a lo continental, huevos fritos con bacon, a lo americano, o “congee”- sopa de arroz, con cebolleta, guindilla y ajo- a lo asiático, rozando las nubes y jugando a desentrañar todo lo que aquel maremágnum de calles, “yellow cabs”, coches y gente encierran.

Por un lado está la vida del cuadrilátero parque; gente corriendo, conciertos, exposiciones, remeros en el lago, restaurantes; un bosque dentro de la ciudad, y por otro lado están:

¡¡Las calles de Manhattan!!

Al caminar entre ellas, la mirada, irremisiblemente, se dispara hacia arriba, imantada por la arquitectura ciudadana.

Pero en realidad, donde “todo” pasa es a ras de tierra, en el asfalto. Bastante insólito resulta observar, como, un” caballo policial” ha perdido su herradura y en un abrir y cerrar de ojos llega una camioneta con un herrador incorporado que baja , le agarra la pata , le cambia el “zapato ”y haciendo caso omiso del corro callejero que ha ido formado a su paso, propinándole al “corcel” un par de palmaditas, guarda sus utensilios, sube a la camioneta, y se va.

Y mientras,al lado, se cruza, caminando lentamente un hombre de seria expresión, vestido con un “Tutús” rosa, ¿disfrazado? , o !No!…

¡¡Times Square!!

En el deambular por Broadway hacia Times Square, los musicales llenan los teatros, algunos llevan ya décadas deleitando al público, como “Mary Poppins”, otros son nuevos como “Dead Accounts”…

Las tiendas de souvenirs con la “Estatua de la Libertad “ como objeto principal , se codean con la torre del chocolate “Hersheys” que está para “comérsela “ de arriba abajo.

Agudizando la mirada, se ven rascacielos, en cuyos áticos, obsoletos depósitos de agua hablan de otra era neoyorkina.

El humo emerge de las alcantarillas, el luminoso mas grande de la ciudad informa sobre los últimos acontecimientos mundiales, sobre la temperatura y la humedad del ambiente, la escuela de reclutamiento del ejercito se anuncia con una bandera luminosa, la tienda de “Levis” ofrece todo tipo de modelos, para todas las tallas , —ninguno de ellos “Made in USA”- , ni siquiera el emblemático “Levis 501”. La cola de la taquilla para los “musicales” sigue siendo la misma de todas las estaciones y siempre tiene la misma longitud.

Única, irrepetible ¡¡Times Square!!

Times Square amanece cada anochecer cuando sus luces se encienden y los neones compiten en un desfile estelar de rayos que dan la hora, predicen el tiempo y anuncian las noticias del globo terráqueo. La irrealidad de Nueva York se concentran en esa plaza donde todo depende del cristal con que se mire una ciudad que nunca dejará de sorprender .

Un momento de “Reflección”…

Y es que el mundo reflejado en el cristal es etéreo y tiene cabida para todo. En él conviven las lujosas joyas de Tiffany‘s y el mendigo que lleva su casa en el carro del supermercado. Entran las damas del ejército de salvación y los profetas del futuro augurando tremendos desastres, mientras en la mesa de al lado y sin obsequiarles ni una ojeada, la familia Shien degusta con furor sus cuencos de arroz. Un vaquero en calzoncillos publicita una marca de moda en el cartel de anuncios al borde de la calzada. Y en el charco de la lluvia recién caída se cuela la imagen de un coloso de 70 pisos que ha conseguido introducirse en el minúsculo lago. Los rascacielos se minimizan en el espejillo retrovisor de un coche cualquiera y la refracción de un segundo de tristeza o de una sonora carcajada se desdramatiza en el cosmos volátil del vidrio, que en un momento se desvanece.

¿Y es que hay una forma mejor de concentrar la esencia de Nueva York que en la visión fugaz de el cristalino material ?

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La imagen real y la reflejada se funden para intentar componer una sinopsis- difícil tarea- de una den las ciudades más vivas y controvertidas del mundo. Si al principio impone por su tamaño, en un vistazo postrero despliega una cotidiana humanidad: en las calles bohemias de Greenwich Village, donde los domingos el café de la esquina reúne al vecindario para desayunar un plato de huevos con salchichas y, entre un café y otro, leer el “New York Times “o el “NY Herald Tribune”.

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En los parques, donde los ejecutivos de Wall Street se relajan a la hora del lunch tumbándose en la hierba, a comer el sandwich y beber la obligatoria-nueva moda- botella de agua. En las lavanderías hindúes, donde se hace la tertulia del barrio mientras se mira hipnóticamente como la ropa da vueltas en los enormes electrodomésticos. En las tiendas chinas, de todo un poco-nada en especial- en las que al comprar se escucha la monótona melodía de las fichas del “majong” golpeando sobre la mesa del almacén trasero.

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¡¡De tiendas!!

A los escaparates de la Quinta Avenida se asoma la dama de traje de chaqueta, zapato salón y sombrero de ala ancha, eligiendo el modelito que entrará a comprar sin pensárelo dos veces.

El outlet Century 21, pegadito al “Punto Cero”, ofrece sin complejos, gangas estupendas, a aquella multitud multirracial que encontrará su camisa preferida, el pantalón que mejor le sienta y lo último en la moda juvenil. Unos labios carnosos y sugerentes llenan una fachada cristalina.

En su beso amplio y sin reservas se concentra el espíritu de la “Gran Manzana”, en la que todo es posible, hasta darse un masaje en plena calle, inmerso en el trajín del mercadillo a la vera de la catedral de San Patricio, cuyos feligreses irlandeses celebran por todo lo alto el 17 de Marzo, día de su patrón, a base de jarras de cerveza, y siempre, con su trebol -¿de cuatro hojas?- en el ojal.

Se pueden comer los mejores spaghetti en Little Italy esperando, no en vano, que entre un “Padrino” rodeado de secuaces con su “Borsalino” cubriéndoles la cabeza, al tiempo que el escaparate de enfrente anuncia los patos laqueados del restaurante chino famoso, en un Chinatown que se codea con donaire con sus vecinos italianos celebrando, casi a la par, y con una diferencia
de escasos metros callejeros, la imprescindible fiesta religiosa de “San Genaro”, fecha en la que el santo es venerado por todo lo alto y que no por eso deja de saludar en su procesión a su compadre” El Gran Dragón”, amuleto de la suerte para esa pequeña China que se ha instalado en uno de los rincones de Manhattan. Y no muy lejos, a pocas manzanas, se puede ver como la comunidad judía acude a la Sinagoga con sus hijos que crecerán en su misma ortodoxia …

Manhattan y las tiendas, las tiendas y Manhattan, ecuación primaria que se reduce a una metrópoli en la que se encuentra absolutamente todo y para todos los tiempos, los de bonanza y los de estrechez. El lujo adorna las calles. Ineludibles son el paseo por la Quinta Avenida, subir y bajar las escaleras mecánicas de Blooming Dales o de Leeman, volver a la infancia en el escaparate de ensueño de la juguetería FAO Schwarz frente a Central Park, y aprovechar para entrar en el “Time Warner Center”, al lado del parque, pues bien merece la pena echarle un vistazo a sus tiendas, y al pequeño-super mercado cuyas estanterías no tienen desperdicio, para, acto seguido, hacer un alto en el camino, sentarse, tomar un café y recorrer con calma las estanterías de la espectacular librería Barnes & Noble.

Del “SOHO” al “PUNTO CERO”

Después de pasear por el Soho, admirando las fachadas recién remozadas que, no por ello, han perdido su estilo “West Side Story” donde las escaleras de incendio siguen protagonizando los edificios llenos de cafés, tiendas “vintage” y mercadillos callejeros en sus bajos… y antes de que la nohe caiga, hay que estar “en punto” en el “Punto Cero”, cerca de donde llegan los ferrys que van y vienen de “Staten Island”, donde crecen los “colosos”, aún sin terminar, que supliran a las “Torres Gemelas”, y que en la noche de Manhattan, cuando cae el sol y pinta de púrpura la ciudad, adquieren una apariencia fantasmagórica.

Por siempre el MANDARIN ORIENTAL…

De vuelta al Mandarín Oriental, Manhattan ha encendido las luces y el cansancio arrecia. Es el momento de perder, no, mejor dicho, de “ganar”, un par de horas en el spa cinco estrellas del “Mandarín”, disfrutar de uno de sus tratamientos holísticos basados en ingredientes naturales, o de la “Suite de Yoga”, para luego ir a tomar una cocktail exótico al !MObar!, cenar en el delicioso restaurante “Asiate” y terminar durmiendo entre las plumas del edredón, con la vista nocturna de Manhattan, en una de las 46 suites, o 202 habitaciones que dan al Río Hudson, a Central Park y al único e irremplazable “skyline” de Manhattan.

Hotel Mandarín Oriental New York
80 Columbus Circle at 60th. Street
New York, New York 10023, USA
Teléfono: + 1 (212) 805 88 00
E-mail: monyc-reservations@mohg.com
www.mandarinoriental.com/newyork

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