Pueblos del color de la tierra con la que se funden, arroyos convertidos en vergeles, olivos, nogales… y la oportunidad de adentrarse en el mundo berebere, gracias a la forma de viajar de HUWANS, que considera prioritario el factor humano.
La aventura comienza en el Valle de Ourika donde esperan los muleros para cargar a los animales con las mochilas, sacos, víveres y agua, que nos acompañan durante el recorrido por los pueblos bereberes del Alto Atlas.
Y emprendemos la caminata por el macizo de Idraren Draren que despliega un abanico de colores a medida que profundizamos en él. El calor arrecia y la cantimplora cobra protagonismo como lo hace el sonido del arroyo en donde nos mojamos pies y cabeza para después a la sombra del olivo disfrutar del energético aperitivo de Hassan, nuestro guía y amigo, a base de higos, frutos secos y dátiles, y que harán las veces de espinacas de Popeye, al insuflarnos un ímpetu renovado para seguir camino mientras Hassan desmenuza con gracia y elocuencia los pormenores del paisaje durante la subida de 1.600 metros por el puerto de Tazgart con destino al pueblecito de Tasselt que será la primera parada y fonda de la travesía.
Tras sortear los muchos vericuetos del Valle de Ait Bou Said, llegamos al hogar de Houcine en Tasselt. Wardia, la hija mayor, baja tranquila de la fuente cargada con un bidón de varios litros; al vernos apresura la marcha y su risa espontánea nos hace sentir en casa. La familia saluda a la comitiva con sonrisas cariñosas, a veces irónicas, al observar la vestimenta, las cámaras, las preguntas y las sorpresas de los recién llegados. Ofrecen té a la hierba buena, deliciosos crepes recién hechos y exquisito pan apenas horneado, con miel, aceite de oliva espeso y verde y mantequilla casera …Y proceden a acomodar a sus huéspedes que por un par de días pasaran a formar parte de la entrañable familia de Houcine. Las mujeres sobre las alfombras de una habitación grande, en la que no faltan las fotos de la familia real, y cassetes de sus músicos preferidos. Allí, las cinco regresamos a esa especie de adolescencia que vuelve al encontrarse en situaciones distintas, con personas que hace nada no se conocían, y se han vuelto amigos, risas, secretos… algo que ya parecía olvidado y que sin embargo afloró de forma natural. Los dos hombres en el otro extremo de la casa y la familia en unos aposentos discretos y hasta secretos ya que no pudimos descifrarlos.
Jamâa, la dueña de la casa, es una mujer risueña, con el pelo negro como el azabache y unos ojos que ríen y miran con fuerza, lo mismo que su nieta Salima que, con solo cinco años, domina su escenario. Acompañamos a Jamâa a la cocina¿ intentando…? ayudar a preparar el couscous, amasar el pan, o batir los zumos, y compartimos la mesa en el patio de la casa. Hassan hace de intérprete durante las charlas; se habla sobre las tradiciones bereberes en las bodas, celebraciones familiares y religiosas, e incluso sobre los niños, solo los varones, que acuden a la escuela del Corán del pueblo.
A la mañana siguiente compañamos a Wardia a cortar la hierba para los animales antes de partir de acampada hacia el Valle de Ait Inzal ascendiendo hasta 2.000 vertiginosos metros, un coser y cantar para los expertos,un “acto de superación” para aquellos no tan expertos…Los muleros han llegado antes que nosotros, montando el campamento sobre una planicie con vistas al valle y a la aldea.
Ali, que ha dado muestras de ser un gran cocinero durante el viaje, prepara kefta -carne picada con hortalizas- para la cena.
Llega el ocaso y los muchos tonos del Atlas se doran con la luz tenue del atardecer al son del inquietante canto del muecín llamando a la oración.
Por la noche solo se escucha el silencio bajo un cielo con más estrellas que ninguno. Pronto llega la mañana y con ella la luz radiante de un sol implacable que alumbra el trigo recién cortado y a las mujeres dobladas por el peso, acarreándolo en fardos. Es un auténtico lujo desayunar al aire libre contemplando el paisaje, el pueblo y su gente que de nuevo acuden al canto del muecín para sus oraciones vespertinas.
Y reanudamos la marcha por valles en que la tierra roja, el oro trigueño, las laderas volcánicas y todos los posibles tonos de verde convierten el camino Ait Ali en una paleta de pintor. Aprendemos a medir los tragos de agua ya que durante cinco horas de caminata bajo un sol generoso el agua es el bien más preciado, a pesar de que cada día se reparten las botellas de agua mineral que acarrean las mulas, e incluso se llevan pastillas potabilizadoras, por si acaso…Hassan nos acerca a la cotidianidad de los pueblos con sus relatos, cargados de sapiencia y cierto toque de ironía hacía nosotros, cuando exagera detalles solo por ver nuestra cara de asombro. Foto por aquí, foto por allá, la cámara salta sola ante esa luz imponente, sus colores y los rostros de la gente llenos de fuerza cuando levantan la cabeza de la faena del campo, al vernos pasar, y no entender porque les agredimos fotográficamente una vez tras otra…
Otear el campamento en la distancia es llegar a puerto. Ali y los muleros esperan con las tiendas montadas, en la jaima comedor un te a la hierba buena para saciar la sed del camino y agua en los cubos para la “coiffure”
Salimos a dar un paseo hasta el pueblo, el ocaso una vez más dora los campos y enrojece la arcilla con sus rayos tardíos, antes de desaparecer. El pueblo aventaja a Tasselt en su recién estrenada fuente, punto neurálgico de la aldea. Antes de irnos a nuestra tienda a dormir, al excelente cous-cous a la Ali,ensalada fresca, tallarines con mantequilla y canela y de postre un melón dulce y sabroso, le sigue la imprescindible partida de UNO a la luz del farolillo de gas…
Las cuatro horas de caminata que separan Ait Ali de nuestra casa en Tasselt, se pasan sin sentirlo. Acercándose el final del viaje, y ya acostumbrados a andar bajo el sol marroquí, marchamos tranquilos saludando a los niños que nos siguen para preguntarnos por Messi, observando la grandiosidad del Atlas y los arbustos de adelfas en plena floración.
Houcine para despedirnos de quienes han sido nuestra familia marroquí. Tras un “hamman” revitalizador en el baño de la casa el pan vuelve a salir del horno calentito, el aceite está recién prensado y un espléndido couscous se sirve en la mesa para la fiesta de despedida en la que Hassan y familia entonan unas canciones llenas de fuerza, que se funden con las montañas, el aire y la luna del Atlas, amenizadas por instrumentos improvisados; la fregona, bidones o cacerolas, y por un sentimiento grato y sincero que nos acompañará en nuestro regreso.
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