Juan Marcelo sabe muy bien lo que dice. Y lo dice con conocimiento de causa y con un apasionamiento que no se ha enfriado a pesar de sus muchos años de guiar por tierras arequipeñas. Cuando habla del volcán Misti lo humaniza, lo trata de usted y lo integra como uno más en la vida de Arequipa.
Cuando habla del arco iris del sol lo hace como si fuera la primera vez que lo ve brillar sobre esa Patapampa que de ser un terreno arisco de belleza agreste , pasa casi a ser un vergel tras las explicaciones de Juan Marcelo.
Sin él, difícil hubiera sido percatarse de la llareta musgosa que solo crece a 4.000 m de altura y más difícil aún distinguir al conejo silvestre llamado” vizcacha “que se camufla entre las rocas del paisaje. Juan Marcelo es un hombre afable de físico andino que habla con cariño de su tierra y con indiferencia de aquellos que no la entienden o no la quieren.
Conoce todos sus secretos, leyendas y sueños. Sabe que las pirámides de piedra sobre piedra, las “alpachetas” que salpican la Patapampa eran antiguas ofrendas a los dioses que han pasado a se amuletos para asegurar el regreso de quienes las levantan. Y sabe que si se desea algo con fuerza no hay más remedio que hacer una ofrenda a la “Mama Pacha” (la madre tierra) con tres hojas de coca como base y una planta, un animalito o un recuerdo querido sobre las hojas, dependiendo de la importancia de la petición.
Mientras cuenta hechos y anécdotas andinas anida en la boca un puñado de hojas de coca con un catalizador de cenizas que le ayudaran a soportar la altura. “¡No hay que masticarlas! “dice “simplemente guardarlas en la mejilla, que ya ellas irán haciendo su efecto” . Saluda a Doña Margarita que vende tejidos de alpaca y de llama en lo más alto del altiplano. Conoce su vida, y le pregunta en quechua por sus hijos y su marido que partió hace días para, caminando, llegar al pueblo más cercano y cambiar el tinte de la cochinilla que cultiva por víveres siguiendo el sistema del trueque que aún funciona en La Patapampa.
Al llegar a Chivay, la ciudad principal del Valle del Colca, Juan Marcelo se encuentra con sus colegas que hacen la misma ruta. Comentan sobre el punto álgido del viaje, el Cañón del Colca con la esperanza de que el cóndor cuyas alas pueden medir hasta tres metros abiertas, se deje ver y aquellos que viajaron para contemplar su majestuoso vuelo, se vayan con el deseo cumplido.
Marcelo le gusta comer y cocinar. Habla con orgullo de los productos peruanos, de sus 300 tipos de patatas y los muchos de maíz. Del exquisito “roccoto” (pimiento) relleno que es su favorito . De la tierna y poco grasienta carne de alpaca y de la mejor de las cervezas “la cuzqueña” para regarla. Y entre bocado de “cuy” (conejillo de indias) y sorbo de cuzqueña narra las leyendas locales, la más cruenta de todas, aquella del “sacagrasas “que chupa la grasa de las personas que acabaran secas y consumidas. Un tipo de liposucción poco heterodoxo, , termina Juan Marcelo, poniendo fin al relato y al “rocotto “ relleno.