NÁPOLES COSMOPOLITA Y DIVERTIDA
Nápoles era la ciudad más grande de la Italia de aquel entonces – s. XVIII- dividida en estados. La Nápoles de la realeza, bella y floreciente, al amparo o desamparo del Vesubio . Tanto, que el gran regalo, la guinda, para aquellos que recorrían la península itálica como parte de su formación, era Nápoles. Allí, su tutor se evaporaba para dejarle al pupilo disfrutar de su libertad y aprender de ella, tomando las riendas de su vida. A pesar del esplendor y de la fama de Nápoles durante el reinado de Carlos III de España, VII de Nápoles y Sicilia, la ciudad nunca perdió ese aire lúdico que le hacía aún más agradable. Fiestas y bailes se sucedían en los ambientes palaciegos, pero la propia calle era una continua y cotidiana fiesta.
EL EMERGER DE POMPEYA
El reciente descubrimiento, a mediados del s. XVIII, de Pompeya y Herculano, las ciudades enterradas por la erupción del Vesubio en el 79 D.c., contaron con un detallado testimonio sobre la región volcánica, escrito en las descripciones del erudito Plinio el Viejo que sucumbiendo en la catástrofe, fue secundado en su labor literaria e informativa por su sobrino Plinio el Joven que le escribe una carta a su amigo el historiador Tácito detallándole los horrores del estallido del volcán. Las excavaciones fomentadas por el reinante Carlos VII de Nápoles, III de España, supuso un motivo añadido de peregrinación para escritores, científicos, para todo aquel que quisiera comprender y observar uno de los mayores desastres naturales ocurridos en la historia de la humanidad. Los componentes del Grand Tour se sumaron a está inquietante peregrinación y tras empaparse de la trágica historia, y recorrer esa ciudad enterrada en las cenizas, entrando en las casas, en lo que fue su teatro, sus palacios…su vida, se embarcaban en Livorno y volvían a casa con los baúles repletos de frescos, mosaicos y piedras con los que llenar los anticuarios londinenses y las estanterías privadas; el comienzo del souvenir.
POR SIEMPRE NAPOLES.
Nápoles sigue siendo esa metrópoli bulliciosa de siempre donde las vespas se abren camino entre las estrechas callejuelas sorteando niños, barreños de pescado, procesiones… Las vecinas alzan la compra en cubos a modo polea, y cada trattoria sirve “la mejor pasta de toda Italia”. A la vuelta de la esquina aparece un altarcito con ofrendas a San Genaro, un palacio espectacular, o una casona solariega que aunque esté algo descuidada, sigue emanando historia y solera por cada una de sus piedras.
Ineludibles:
El Museo Arqueológico Nacional considerado uno de los más importantes en Europa, del que cabe destacar la colección Farnesia y la Pompeyana con estatuas de bronce y de mármol rescatadas de las ciudades sepultadas por el Vesubio, entre otras muchas joyas. Impresionantes las reproducciones en escayola de Giuseppe Fiorelli sobre las formas que dejaron en la tierra las gentes de Pompeya enterradas bajo la lava del volcán.
La Basílica de San Francisco de Paula.
Palacio Real
Castillo Nuevo.
Que bonito